Para sus creaciones utiliza un papel que es negro por una cara y blanco por la otra. La parte obscura es el frente de la obra. Sin embargo Zamarripa corta sobre la superficie blanca, como si estuviera haciendo un dibujo frente a un espejo.
Aunque parezca increíble, sólo se imagina lo que va a recortar y sin previo trazo empieza a darle vida directamente al papel. Es una labor que requiere silencio, tranquilidad, por eso el horario del maestro es tan peculiar: «Lo fuerte que trabajo yo es de las 12 de la noche a las 6 o 7 de la mañana. A esa hora estoy solo, estoy concentrado y no estoy cansado.
Prácticamente abandono cuando mi mujer me insiste en que vaya a dormir, sólo por eso lo dejo. Para que no se me olviden las cosas, pongo en el papel dos o tres perforaciones con la punta de la tijera, y así ya sé por dónde retomar el trabajo.
A la técnica empleada por el maestro Zamarripa para la realización de sus obras, se le ha denominado Papiropoda, término acuñado por otro destacado aguascalentense de nombre Juan José de Alba Martín cuyo ejercicio profesional es la especialidad médica en traumatología.
Para el logro de cada obra de arte en papel calado y cortado con tijera, se requiere un pliego u hoja de papel «América» de cara negra iniciando el corte y calado por el anverso de la hoja, sin que exista un trazo previo; es decir que el dibujo surge a la par de cada corte hasta que la composición gesta en la mente del artista se concreta de manera definitiva, como producto de una multitud de diminutos cortes de tijera de precisión milimétrica.
En tanto que el artista acciona la tijera para ejecutar sus precisos cortes, su mano izquierda mueve y da vueltas al pliego de papel para que la forma deseada surja como por arte de magia, porque eso es lo que este artífice logra con sus destreza: magia convertida en arte, en verdaderas obras de arte.
El tiempo que el artista requiere para concebir una obra es variable, pues ello depende de lo complejo de cada composición así de como sus dimensiones. Una semana, un mes, un par de días o unas horas.
Bajo estas directrices el artífice ha logrado consolidar obras monumentales en metal, para lo cual se auxilia de diversas herramientas que van desde un simple soplete de acetileno para cortar el metal, hasta las modernas cortadoras de plasma, así como de otros instrumentos propios para la escultura en metal.
Es destacable el singular hecho de que el maestro Zamarripa no acudió a la academia sino que su arte es innato, esto es, que nació con él y lo ha desarrollado y perfeccionado durante su paso por la vida.
Es así como este destacado artista realiza sus magníficas obras de arte: con una aparente simpleza que no es otra cosa que el grado de complejidad que requiere esta inusitada técnica.
«Es sólo en el Vacío donde se halla lo que es verdaderamente esencial. Es el Vacío que hay entre los rayos de una rueda lo que hace que la rueda pueda utilizarse.
Es el Vacío que hay en el interior de las vasijas lo que hace que las vasijas puedan utilizarse.
Es el vacío que hay entre las paredes de una habitación Lo que hace que la habitación pueda utilizarse.
Por eso el Ser es de utilidad,
pero es el No-Ser
lo que hace que el Ser pueda utilizarse.»
Del libro del Tao Te King de Lao Tse, quien nació en Chow, China en 604 a.c.. En 517 a .c. tuvo su encuentro con el maestro Confucio, algunos años después desaparece para siempre. Un guardia fronterizo de nombre Yin-Hi dio a conocer años después el libro sagrado del Tao Te King, que aunque mutilado ha Ilegado hasta nuestros días. No sabemos más de Lao Tse, ¿Pero acaso importa saber más? Para la doctrina inefable del Tao, que nos dice que el Tao que puede expresarse no es el Tao, ¿puede significar algo que Lao Tse haya nacido en Chow o en Pekín? ¿Qué haya conocido a Confucio o a Liu Pang?
Hace alguna diferencia que Víctor Zamarripa haya nacido en Aguascalientes o en Tuxtla Gutiérrez, ¿Quizás no?, Quizás entonces no hubiera sido nuestro amigo y en vez de motivarse con el aire de la tauromaquia y los ruidos de la Maestranza habría abrevado los de la selva y los de los rápidos del Sumidero. Quizás en vez del claroscuro que va más en el ser y quehacer del habitante de la altiplanicie, habría encontrado en la motivación multicolor del trópico, tonos y humedades que no responden a la trasparencia del aire ni a la aridez de las planicies del semi-desierto que sin embargo, los de acá, añoramos en las exuberancias del sureste mexicano.
Víctor nació en Aguascalientes y pudo haber nacido en Chow porque nació con la intuición del Tao, la misma que según se dice permitió a Miguel Ángel expresar la receta de la escultura: “Se toma un trozo de mármol y se le quita el sobrante hasta dejar de manifiesto la obra» . Víctor toma un trozo de papel y crea el Vacío, o quizás con el Vacío crea la obra de arte. ¿Qué es el arte, poner lo que falta, como en la pintura o quitar lo que sobra como en la escultura?
Recuerdo que el alguna ocasión el Dr. Alfonso Pérez Romo platicando sobre el uso del color en las pinturas decía que la prueba del «áccido» (Juan Ramón Jiménez dixit), era tomarle a una obra pintada a colores, una fotografía en blanco y negro y ver si conservaba las tonalidades coloridas. De niño yo recuerdo que veía las películas a colores hasta que con Fantasía o alguna otra, descubrí que las había estado viendo en blanco y negro, aunque mi imaginación recreaba el color. Experiencia que me parece todos hemos tenido. La extraordinaria habilidad de Víctor nos permite que en la amplia gama del claroscuro represente todas las tonali-dades de una paleta colorida. De hecho, la técnica que ha desarrollado, y subrayo, que ha desarrollado, porque ni la ha descubierto ni la aprendido, la ha ido creciendo como ha ido creciendo en su comprensión del ser y de la vida, y como ha ido creciendo en su capacidad de reproducirla para entregárnosla. La técnica, digo, le permite darnos el sol y la luna, la luz y la obscuridad, pero también la penumbra y los contrastes en un mismo cuadro, como en el maravilloso San Marcos de ayer, y en la que hace un alarde extraordinario de su habilidad, no sólo nos muestra la luminosidad y transparencia del cielo, el rosa de la cantera de la torre de San Marcos, enmarcada por los fresnos, el terracota del techo del kiosko, el rojo y gris del manito cilindrero, el marrón y oro del cilindro, el dálmata blanquinegro que a lo mejor era un simple perro pinto, el color maíz de las árguenas del burro, hasta los semitonos del rebozo, pasando por los verdes de la fronda y los ocres del piso, sino que nos hace sentir el olor del huele de noche y percibir la frescura del agua de las regaderas que recorren el jardín. Para mí, para mi humilde gusto, en esta obra se vuelca el autor, quizás con la sola excepción de la Maestranza, que es su obra monumental, en ninguna otra se refleja la recreación, no solo la representación, de una estampa, revive un estado de ánimo, porque ser aguascalentense es un estado de ánimo, con decirles que lo único que le faltó a esa obra fueron los reflejos de la diamantina caída al piso desde la altura de los antifaces y los graznidos de los perros del agua, iAh! Y claro, iclaro que algo me hacía falta, nos quedaste a deber!, Víctor, en ese jardín de los recuerdos, en ese jardín de las maravillas, en ese jardín del ayer, una de esas aves fénix de la infancia que eran los perros del agua.
Hace unas semanas tuvimos una experiencia extraordinaria, que al menos yo recordaré por siempre. En una sesión de meditación con un amigo chamán, que fue discípulo de un yaquiman (?), nada que ver con don Juan Matus. Durante poco más de cuatro horas barrimos con un evento pretérito, previa instrucción y ejercicios de respiración, nos sumergimos en una vivencia que a diferencia de la creación artística tenía la finalidad, no de revivir sino de rematar el pasado. La sencillez de la aproximación y la comprensión de la naturaleza humana nos hizo preguntarle: -¿Dónde has leído todo esto?- su contestación fue lapidaria, -Tengo años de no leer. Yo no leo, observo-. A la manera del chaman, podemos decir de Víctor Zamarripa, que él observa la vida, que su forma de vivirla es verla para reproducirla. ¿Cómo si no?, se explica la minucia del detalle que permite decir a un charro: efectivamente así es como el caballo mueve las orejas al arcionar en el coleadero, o al aficionado taurino: así amuzga el toro cuando va a embestir, o al biólogo: así es la nervadura del envés de la hoja de ese árbol.
Cuenta Juan Bautista Poquelin más conocido como «Moliere» en una de sus más jocosas comedias «El burgués gentilhombre» de cómo su personaje el antihéroe, se dio cuenta a edad madura de que hablaba en prosa lo que le resultó de lo más halagador porque muchos de los más renombrados literatos escribían en prosa, otros claro, lo hadan en verso.
Podrá ser una desmesura pero de ninguna manera sería una barbaridad recordar que el más ilustre de los artistas plásticos, al que todavía no terminamos de reconocer y al que ni siquiera podemos dotar de un museo decente y no compartido: José Guadalupe Posada, no fue visto en su vida como un artista, su taller estaba más cercano a la imprenta y la comunicación, que a las bellas artes, y hubo de ser la posteridad encarnada por Diego Rivera y Jean Charlot quienes habrían de iniciar el encumbramiento del genial Posada. De alguna manera a Víctor, guardadas proporciones, le pasó algo similar: su quehacer fue visto como curiosidad, como habilidad, más o menos entretenida, como destreza de prestidigitación, pero no como una actividad artística. Quizás el mismo no se daba cuenta que hablaba en prosa, es decir que su quehacer era no sólo único, sino fundamentalmente artístico Emile Zolá decía, y algo sabía de arte, que «Una obra de arte es una porción de naturaleza vista a través de un temperamento por eso el jardín de San Marcos de Víctor no tiene perros de agua porque no es un retrato del jardín sino su visión de una época a través del cristal de San Marcos. Por eso también me quedo con su magnífica recreación del bar «La Frontera», en donde aconteció el extraordinario y nunca antes visto suceso, que estreremeció a toda la concurrencia e hizo pronunciar rezos y ensalmos a la beatería del rumbo, la casi increíble historia del «muerto parado»: un parroquiano de Don Nico Montes que después de haber estado bebiendo largamente se paró al baño y al salir se recargó sobre unos cartones de cerveza estibados Y allí, recargado en su vicio, tranquilamente, se murió y permaneció parado hasta que la inmovilidad llamó la atención de otros parroquianos. Víctor vive y nos hace vivir los personajes: la «dominada», las chicas de los carteles, la barra y la contrabarra Y el infaltable borrachito aferrado al farol y con media nalga de fuera, el charro, el texano, el empleado, es decir la democracia en pleno. No ha habido ni habrá lugar más democrático que una cantina.
Un detalle más, si no lo escribo reviento, la denominación de papiropoda para el trabajo inusitado de Víctor, ha sido desde luego afortunada, sin embargo es una palabra dura, termina con una consonante oclusiva entre dos vocales fuertes. Remite, solo por semejanza a la «poda» y de allí a la «joda», además designar al artista como un «papiropodo», tiene un no se que de ambigüedad que no me agrada, como que se presta a pensar quien sabe que cosas, y por supuesto que no mejora hablar de un papiropodador, que tiene algo de brusco, de duro, de oficio más que de oficiante de un arte. De manera que propongo modestamente la denominación de «papirofebrería» para la actividad y de «papirofebre» para el artista.
¡ Enhorabuena al artista y enhorabuena al editor!
Aguascalientes, Ags., en el otoño de 2011
Jesús Eduardo Martín Jáuregui